Recibo el Premio Nacional de Ingeniería 2008, con la humildad que exige la conciencia de que si existieran motivos suficientes para tal honor, hay muchos colegas que no lo han recibido y que lo merecen con iguales o mayores prendas que las que el Jurado consideró de mi persona.
Al aceptarlo en el momento en que el mundo todo se debate en una crisis de múltiples aristas y cuando nuestro país la enfrenta sumando sus ineludibles consecuencias a los enormes rezagos sociales que arrastramos de décadas y que se han acentuado en los últimos lustros, me obligo a una reflexión crítica sin atenuantes ni disculpas, sin subterfugios ni evasivas. Con la verdad, la mía naturalmente.